martes, 22 de febrero de 2011

“Egipto, Túnez y Libia revelan que los modelos basados en el autoritarismo terminan repudiados”

Esto lo asegura Vladimir Villegas en su columna de opinión publicada hoy en El Nacional. Así, Villegas sostiene que “lo bueno de lo que está pasando en el mundo árabe es que ha puesto a temblar a todos los factores de poder presentes en esa conflictiva zona”.

Esto es lo que escribe hoy Vladimir Villegas en El Nacional:

 Para que tome cuerpo una rebelión popular como las que hemos visto en Túnez, Egipto, Libia y otras naciones árabes, tiene que haber motivos más fuertes que una intervención extranjera, aunque pueda ser uno de los factores presentes.

El común denominador en las protestas que llevaron a la caída de los gobiernos en Túnez y Egipto fue la demanda de democracia, de libertades, de justicia. Y se ha tratado en ambos casos de movimientos de diversa inclinación política e incluso religiosa. No todos los que protestaron son movidos por razones religiosas ideológicas. Pero a todos los ha unido el hastío frente al despotismo, al abuso de poder, la corrupción, la pobreza y la represión.

Lo mismo parece estar pasando en Libia, aunque se trate de un gobierno con postulados políticos e ideológicos absolutamente distantes y opuestos a las fuerzas que en Egipto y Túnez controlaron el poder con el apoyo de Estados Unidos, algunas influyentes naciones europeas e Israel.

Muamar Gadafi representa un liderazgo surgido de las luchas contra el colonialismo, y sus teorías, con una particular inclinación hacia un socialismo con sazón árabe, recogidas en el Libro verde, tuvieron incluso sus adeptos en un sector muy minoritario de la izquierda venezolana. Y, sin embargo, las protestas de una parte importante de la población libia llevan el mismo sello de las que han sacudido a Egipto, Túnez y otras naciones árabes, con el agravante de que la represión desatada por el Ejército libio, de acuerdo con los reportes de las agencias de noticias, ha sido más intensa, y con un saldo aún más sangriento.
Las calles de Egipto, Túnez y Libia revelan que los modelos basados en el autoritarismo, el caudillismo, la represión y la intolerancia hacia las ideas disidentes terminan siendo repudiados por las mayorías, aunque se proclamen sus intérpretes y defensores. Lo bueno de lo que está pasando en el mundo árabe es que ha puesto a temblar a todos los factores de poder presentes en esa conflictiva zona, y ha abierto espacio para que esas sociedades busquen un nuevo camino, sin mesías, sin dictadores apoyados por las grandes potencias, sin modelos basados en esquemas supuestamente democráticos que representan coartadas para que una figura carismática se entronice.

Lo menos que se puede desear es que en el mundo árabe, y en el mundo entero, prosperen formas de gobierno basadas en la tolerancia religiosa, en el combate frontal a la corrupción, en la sustitución de los liderazgos personalistas por instituciones que garanticen la democracia, el pluralismo y la justicia social. La lucha por un nuevo orden de cosas en la sociedad y por la igualdad no tiene por qué pagar el altísimo impuesto que significa sacrificar la libertad individual, el derecho de estar en contra y la renuncia a la facultad de decidir si un líder o un movimiento deben continuar o no al frente del poder.

También en Irán hemos visto tomar cuerpo a movimientos en pro de reformas a un sistema teocrático que muestra escaso respeto por los derechos humanos. Aunque es poco probable que a corto plazo ocurra allí lo que ocurrió en Túnez y Egipto, son señales de que entramos en una etapa de cambios impredecibles, en un nuevo tiempo histórico, en el cual los ciudadanos son más conscientes de su fuerza y de su capacidad de resistencia frente al poder.

Definitivamente, al poder, en cualquiera de sus presentaciones hacia la izquierda, la derecha, el centro o modelos basados en fundamentalismos de cualquier especie, hay que ponerle límites. Y los pueblos están aprendiendo a hacerlo…

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