miércoles, 24 de noviembre de 2010

Vladimir Villegas: “El sectarismo, la prepotencia y el caudillismo comienzan a mostrar grietas”

Vladimir Villegas defiende en su columna de este martes a la actual Constitución Nacional y critica a la Asamblea Nacional (AN), el Poder Judicial, la Fiscalía, la Contraloría General y la Defensoría por “no cumplir sus funciones”. Para el columnista, “el sectarismo, la prepotencia y el caudillismo comienzan a mostrar grietas”.

Hay que defender la Constitución de 1999. Es al fin y al cabo el proyecto de país que nos dimos los venezolanos luego de un intenso debate y de un proceso de consulta sin precedentes en la historia de nuestro país.
Hoy nuestra carta magna es un proyecto por realizar.
Y cada día es más evidente que desde los más diversos sectores de la sociedad crece el reclamo y la protesta porque precisamente no se cumplen muchos de sus postulados. En primer lugar, la separación de poderes es meramente declarativa en una nación en el que el peso de un líder termina estando por encima de las instituciones fundamentales de la República.
La Asamblea Nacional, el Poder Judicial, la Fiscalía, la Contraloría General y la Defensoría no están cumpliendo con sus papeles, y en no pocos casos algunos de estos poderes son utilizados como herramienta para la venganza política, para la persecución e incluso para la criminalización de la protesta. Hasta el sector popular que respalda al Gobierno está comenzando a sentir la ausencia de instituciones que velen por sus derechos. Ni los trabajadores de VTV, que también padecen el deterioro de sus condiciones de vida, se salvan del francotirador que cada noche estigmatiza a quienes critican a un gobierno que a todas luces perdió el rumbo.
Los trabajadores del sector público han tomado las calles para reclamar el cumplimiento de la contratación colectiva e incluso la discusión de numerosos contratos vencidos. Ni en la cuarta república el Ministerio del Trabajo había sido tan negligente en la atención al reclamo laboral. Los usuarios de los servicios públicos como el Metro de Caracas son reprimidos por exigir, con la vehemencia que genera la impotencia, un poco de respeto para ellos.
Las madres, esposas e hijos de los presos viven en vilo porque las cárceles se han convertido en un infierno, y empeoran por la incapacidad e incluso la corrupción de quienes las dirigen. Las universidades reclaman, con todo el derecho, como ha sido historia en nuestro país, que el Estado les otorgue un presupuesto justo.
Las enfermeras también están en la calle y hasta los comunistas se quejan de que el Gobierno y su mayoría parlamentaria le sacan el cuerpo a la discusión de la Ley del Trabajo. También resienten la creciente burocracia, la corrupción y la ineficacia de la gestión gubernamental. En definitiva, el sectarismo, la prepotencia y el caudillismo comienzan a mostrar grietas que antes era posible disimular.
Es tal la situación que hasta se ha prohibido vía Gaceta Oficial que se utilice la imagen del Presidente para la identificación de obras por realizarse. Me imagino que para evitar asociar la imagen del líder con el retardo o incluso con la no ejecución de obras anunciadas.
A esto se suma la precariedad de la propiedad en Venezuela y hasta la del derecho al trabajo. No sólo hemos visto empresarios rechazar expropiaciones, sino a los propios trabajadores, que no son precisamente oligarcas o pitiyanquis, defender a viva voz su fuente de empleo. Pero no sólo la gran propiedad es precaria.
La impunidad viene provocando, incluso, que pobres invadan a otros pobres y que se confunda la justicia con la venganza.
Es una hora difícil para el país. Y lo concreto es que no tenemos otro asidero que la Constitución, porque las instituciones no están a la altura de las responsabilidades que tienen asignadas.
Defender la carta magna es, en mi criterio, la principal tarea que tenemos los venezolanos, incluso quienes apoyan al Gobierno y ya comienzan a probar en carne propia que ese proyecto de cambio ­por el cual tantos luchamos­ envejeció, se desvirtuó, se está transformando en parte del pasado que debemos superar.

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