martes, 15 de marzo de 2011

Margarita López Maya: “Chávez se ve en el espejo de Gadafi”

La historiadora señala que las leyes del poder popular aprobadas en diciembre proceden de una matriz conceptual que no es la Constitución de 1999.

Esta historiadora experta en sociedad civil y protesta- que en 2002 le daba un voto de confianza al Gobierno ya no existe. En junio de ese año afirmaba que el proyecto político del presidente Hugo Chávez era progresista. "Trata de construir una propuesta para Venezuela, que le permita articularse mejor al proceso de globalización", dijo a El Nacional entonces.

Al igual que muchos venezolanos, hoy en día López Maya tiene claro en qué ha devenido el proyecto. "Está emergiendo un Estado no liberal con tendencias totalitarias, del tipo estalinista". Su conclusión la corroboran decenas de entrevistas de campo que le han permitido registrar el quehacer de las formas de organización popular impulsadas por el Gobierno. 

Ese Estado totalitario es resistido por la sociedad civil en manifestaciones específicas, como la protesta, señala. Otro capítulo fue la huelga de hambre que realizaron los estudiantes por 23 días -hasta el 22 de febrero- para exigir la liberación de los presos políticos.
 
-¿Cómo evaluó ese episodio de presión de los estudiantes? El Gobierno se abrió al diálogo y accedió a las peticiones de los muchachos.
-Ese episodio fue muy interesante. En Venezuela el movimiento estudiantil tiene la tradición de avanzar no sólo en sus demandas sino en las de los que no tienen voz. Así sucedió en 1936, 1958 y 1945. Pero la huelga de hambre me pareció precipitada porque es un instrumento de protesta extremo. Sin embargo, me sorprendió que el Gobierno reaccionara. A la huelga le favoreció que fuera masiva y que su discurso fuese consistente.
 
-¿Cree que la situación en el Medio Oriente influyó para que el Gobierno se viera obligado a dialogar?
-Claro que sí. Desde diciembre Chávez acusó recibo de las opiniones del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, de que estaba pasando por encima de la carta magna. He visto un desencanto de los intelectuales de izquierda con el chavismo. Eso lo está afectando. También el contexto interamericano ha cambiado.
 
-¿Cómo ha cambiado?
-Los aliados siguen estando, pero el talante de América Latina es otro. Ya no están los polarizadores George Bush y Álvaro Uribe. Ecuador, Brasil, Bolivia y Uruguay negocian con Estados Unidos. Esta situación, además de las denuncias interamericanas de violaciones de derechos humanos, influye, porque Chávez es sensible a la crítica internacional. Por eso también la declaración sobre Libia. Aunque no negó su relación con Gadafi, no se atrevió a llamar a una manifestación a su favor.
 
-¿Cree que Chávez percibió que la simultaneidad de la huelga estudiantil y los hechos del Medio Oriente le podían perjudicar?
-Chávez ha percibido con claridad que se ha debilitado y que es derrotable, por varios factores: los resultados del 26-S; el efecto adverso para su gestión de las consecuencias de la vaguada de noviembre-diciembre, y ahora esta ola de revueltas populares que sacude al Medio Oriente. Estas protestas tocan a algunos de sus aliados, caudillos que tienen estilos de gobierno parecidos a los de él. Ver lo que le está sucediendo a Gadafi luego de 40 años en el poder -una persona que prometió hacer una revolución y un socialismo islámico que después resultó en una dinastía monárquica como cualquier otra-, es un aprendizaje positivo para el Presidente. Chávez de alguna manera se ve en ese espejo.
 
-¿Qué elementos hay allá que se parezcan a la situación de aquí?
-Lo del Medio Oriente se parece un poco a lo de Europa central. Allí hay una combinación de mucha pobreza, demandas insatisfechas y anhelo de modernidad. Pero no es una situación similar a la nuestra. El punto de coincidencia con Venezuela, sobre todo en el caso de Libia, es que son petroestados, países que viven de la renta petrolera, que reproducen la pobreza y la desigualdad. Llama la atención que Libia con apenas 6 millones de habitantes y una gran producción petrolera tiene 20% de pobreza. Eso pasa porque Gadafi tiene 40 años en el poder. Ya estamos viendo aquí evidencias de que el Estado sin contrapesos genera una nueva especie: la de las familias nobles. Nada más hay que ver la familia de Chávez en Barinas. 
 
-No hemos aprendido de nuestra condición de petroestado...
-No, porque siempre entran nuevas élites que hablan de una revolución y dicen: "Los otros eran malos y yo soy bueno". La revolución se trata de no estudiar la historia, borrar el pasado y hacerlo todo de nuevo. Eso condena a repetir los errores.
 
-¿Qué opina de las leyes del poder popular que fueron aprobadas en diciembre, que buscan edificar el Estado comunal?
-Aquí ha habido una transformación importante en el concepto de democracia participativa que se gestó en los años ochenta y noventa y que se concretó en la Constitución de 1999. Ese concepto es una combinación de instituciones liberales con mecanismos de democracia directa. No era un proyecto chavista, sino que el movimiento bolivariano lo recogió de muchos grupos de la sociedad. Eso originó las mesas técnicas de agua, los comités de tierras y de salud. Pero en 2006 la Ley de Consejos Comunales convirtió estas organizaciones en un brazo del Estado y del Gobierno y debilitó las formas previas de organización. En 2007 los consejos comunales pasan a ser la base del socialismo del siglo XXI. Y en 2010 quedó muy claro que forman parte del Estado comunal, que es el nombre del nuevo Estado que está emergiendo, que es diferente del que está en la Constitución.
 
-¿Usted intuyó en algún momento que el proyecto inicial de 1999 iría a establecer otro tipo de Estado y no el previsto en la Constitución?
-No. Pero desde 2007 observamos que el régimen político comenzó a cambiar cuando el Gobierno continuó implementando el socialismo a pesar de haber perdido el referéndum. Entre 2008 y 2009 advertimos que las instituciones liberales se debilitaban, en especial el pluralismo político y la independencia y separación de los poderes. La gran sorpresa fue que las leyes del poder popular estuvieran listas en diciembre de 2010. Pareciera que hubiesen estado engavetadas desde 2007 esperando una oportunidad política para sancionarlas. ¿Quién las elaboró? La Constitución dice que las leyes deben ser llevadas a consulta pública y aquí no se consultó a nadie. Esas leyes proceden de una matriz conceptual que no es la Constitución de 1999.
 
-¿Se puede rastrear cuál es la matriz original?
-Habría que hacer esa investigación. Tengo la impresión de que puede ser producto de asesores cubanos y algunos intelectuales internacionales comprometidos con la radicalización del Gobierno. Hay muchas cosas que recuerdan el modelo soviético y cubano. El Estado que está emergiendo no es un Estado liberal. Porque las comunas, que son la base del socialismo del siglo XXI, tienen una direccionalidad de arriba hacia abajo, y esa no es una concepción liberal. La sociedad civil y el Estado deben estar separados para hacerse contrapeso porque el poder sin control abusa. Vamos claramente hacia otra territorialidad.
 
-¿Cómo cree que será este año, políticamente?
-Difícil. Hay sectores que piensan que luego del 26 de septiembre lo que nos falta es un tramo y ya. No es así, porque el Gobierno está en campaña electoral con todos sus recursos en un momento que augura otra bonanza petrolera. El Gobierno ha entendido que su talón de Aquiles es la gestión y está enfocado en convencer a la ciudadanía de que está gobernando. Relanzará misiones y políticas sociales. Por otra parte, hay la percepción entre la gente de que la política social ha dado frutos, aunque estructuralmente no es así. Ha habido distribución de la renta petrolera, pero no movilización social ni condiciones para que la gente salga de la pobreza.
 
-La bonanza petrolera que parece comenzar como consecuencia de las revueltas en Medio Oriente pudiera anclar más a este Gobierno...
-Le ocurrió a Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato: el líder tiene un proyecto político, se intoxica con los petrodólares y piensa que la sociedad se mueve con sus preferencias. Un Estado con dependencia de otras capacidades productivas no se hubiera dado el lujo de malgastar la cantidad de millones de dólares que hemos perdido en ineficiencia y corrupción pública. ¿Qué se ha producido con tanta inversión? Aquí sí ha habido un desarrollo de las políticas sociales, pero a un costo muy superior que en cualquier otro país. Eso es como dice Fernando Coronil en su libro El Estado mágico: Yo tengo un proyecto y tengo dinero para eso.
 
Consejos comunales ambivalentes
-¿Cómo evalúa la experiencia de la participación en los consejos comunales?
-Es un proceso bastante complejo. Por una parte, los consejos comunales tienen una gran aceptación. La última encuesta de Seijas dice que 60% de los encuestados opina que son una buena idea para resolver los problemas de déficit de servicios básicos que tiene la mayoría de la población en los barrios populares. Pudieran servir para articular otras formas de organización popular dentro del concepto constitucional de ir creando y potenciando el empoderamiento y la ciudadanía, pero en el tinglado institucional que ha creado el Gobierno venezolano, el Estado comunal no va en esa dirección.
 
-¿Los consejos comunales han alentado un concepto de ciudadanía más amplio que antes o, por el contrario, han afianzado el modelo de relación clientelar entre los venezolanos y el Estado?
-Las dos cosas. He hecho muchas entrevistas a mesas técnicas, comités de tierra y consejos comunales y encuentro varias cosas en común. Una es que la gente está entusiasmada y ha adquirido algunas destrezas ciudadanas. Un ejemplo es cómo, para resolver un problema puntual como el servicio de agua en un barrio, la gente se interesa por la ley respectiva, la compra y se la lee para entenderla y hacerla cumplir. Por otro lado, han alimentado el paternalismo, que es característica del Estado venezolano desde siempre. Han servido para nutrir la red clientelar del Gobierno porque en épocas electorales la renta petrolera fluye por allí para resolver las cosas. Las críticas que hacen las personas apuntan a su ambivalencia. La gente quisiera trabajar con el consejo comunal, el alcalde opositor y la misión Barrio Tricolor a la vez, pero se tiene que decantar por uno. Es cierto que antes los partidos también cooptaban, pero el activismo social era más participativo y plural. En las primeras entrevistas que hacía en 2006 los consultados me decían: "Esto del consejo comunal es distinto profesora, porque no está condicionado por el partido como era antes. Ahora sí va a funcionar". A la vuelta de unos años vemos que es la misma cosa. La gente sabe que eso es un impedimento para trabajar y resolver los problemas. Dentro del chavismo hay muchas tensiones por eso.
 
-¿Cómo es esa tensión?
-Hay una lucha para que los consejos comunales sean más plurales. Es verdad que algunos han recibido dinero y no son chavistas, pero no pueden opinar políticamente. Eso no es pluralismo. En todo caso, con ellos ha habido una experiencia importante. Un gobierno de transición en Venezuela debe mantenerlos porque gestionan soluciones, pero deben estar adscritos a su municipio. ¿Por qué hacer un Estado paralelo y no perfeccionar el que tenemos? Este modelo socialista ha distorsionado la democracia participativa porque ha dejado la participación simplemente para la gestión micro: ni los consejos comunales ni las comunas van a tomar decisiones políticas, que están superconcentradas en el Presidente y en quien esté a su lado. Ahora tiene esa piedra en el zapato que es la Asamblea Nacional.
 
 
Nueva etapa en la Asamblea
-¿Cómo observa esta nueva etapa política en la que la oposición vuelve a la Asamblea Nacional?
-Esta nueva etapa apenas empieza. Hay varios ángulos. Hay una Asamblea muy manipulada, que se ve en las plenarias. Las han convertido en un show muy desigual porque los ministros pueden hablar tres horas y los diputados cinco minutos. Primero debieron entregar la memoria y luego discutir. Otra cosa es que la fuerte polarización de la campaña electoral hizo que llegaran muchos candidatos mediocres y no los mejores, porque lo que prevaleció fue la lealtad a favor o en contra del Gobierno.
 
-¿Cree que ese acercamiento forzado de diputados del Gobierno a los de la oposición pueda incidir en que se escuche más al otro y trascienda el debate político del chavismo?
-Sí. Allí los diputados de ambos bandos deben encontrarse, saludarse, trabajar en las comisiones. Ciertos problemas seguramente van a encontrar camino en la Asamblea, por ejemplo el de la inseguridad y el desempleo. Por más Felipe II y encerrado que sea Chávez, y que las cosas sólo pasen por su escritorio, hay muchas otras que trascenderán. Por otra parte, hay ideas que el Ejecutivo mantendrá férreamente, como la construcción de un Estado comunal, porque es su prioridad. Pero hay que seguir insistiendo en abrir espacios.
 
-¿Cómo evalúa a los partidos de oposición? ¿Están más sintonizados con el país?
-Se han hecho esfuerzos importantes. Las últimas iniciativas de la Mesa de la Unidad, en particular la idea de crear una plataforma que mantenga la diversidad pero que tenga estrategias electorales comunes, son inteligentes y han dado frutos. También contrastar las ineficiencias del Gobierno con las gestiones exitosas de Miranda, Zulia y Lara, e insistir en que Chávez ha descuidado la vida cotidiana de la gente para montarla en el discurso del socialismo utópico. Hay un liderazgo que tiene aceptación, sobre todo el joven. El tradicional sigue teniendo problemas. También veo algunas fallas. Por una parte, falta más articulación de los partidos con los movimientos sociales. Da la impresión de que los partidos piensan en la restauración de un régimen político-partidista que murió para siempre. En Venezuela no vamos a regresar a un régimen de partidos. Si regresamos a algo será al pluralismo político, con partidos que deben articularse con las organizaciones populares de la sociedad, como los consejos comunales, en un ámbito que no las subordine o coopte como lo hizo Acción Democrática. Eso es responsabilidad tanto de los partidos como de las organizaciones sociales.
 
-Que a su vez tienen pruritos muy antipartido...
-Sí, mantienen una cultura antipolítica. Las organizaciones sociales conceptualmente están hechas para defender intereses particulares. Y los partidos políticos están conceptualmente hechos para conciliar intereses particulares. Entonces, hay una tendencia a desvalorizarse el uno al otro. Los partidos critican que los movimientos sólo tengan intereses egoístas y los movimientos que aquellos se la pasen en una negociación. También los medios, desde los años noventa, han cultivado la cultura de la antipolítica. Se erigieron como protagonistas y sustitutos de los partidos, y siguen pensando que son los mediadores. Lo ha hecho también la Iglesia Católica.
 
-¿Quién sí se ha movido para crear esos nexos?
-Con Leopoldo López y Voluntad Popular lo he visto más. Cuando hice campaña el año pasado me llamó la atención que el PPT tuviera tan poco contacto con las organizaciones civiles. Ese es otro problema: hay mucho perjuicio dentro de la izquierda venezolana con las organizaciones de la sociedad civil.
 
 
La izquierda y la sociedad civil
-¿Eso es viejo o nuevo?
-Es viejo, pero ha sido reforzado por el golpe de Estado de 2002, cuando la sociedad civil se fue a sacar a Chávez de Miraflores. La izquierda marxista venezolana siempre desconfió de la sociedad civil porque su modelo fue el Estado de la Unión Soviética y Cuba. Esos marxistas creen en un Estado de los trabajadores, donde no hace falta sociedad civil
 
-¿A pesar de que la sociedad civil es un concepto de un hombre de izquierda, como Antonio Gramsci?
-La discusión de la izquierda y la sociedad civil en Venezuela es muy interesante. El socialismo democrático en Venezuela está representado por el MAS y la Causa R, no por el Gobierno. Los dirigentes de izquierda que están en el Gobierno nunca debatieron la caída del Muro de Berlín y, por lo tanto, nunca lo procesaron como una derrota. Ese debate dio origen al MAS y la descentralización. Los de ahora son los estalinistas que vinieron a por sus fueros y con mucho resentimiento. Por eso ahora somos la retaguardia de América Latina, cuando en los años sesenta fuimos la vanguardia. Ahora estamos siguiendo pauta de los soviets. Un ejemplo son esas conmemoraciones que hacen sobre "los desaparecidos" de la democracia.
 
-Pero no es sólo la dirigencia de más edad que viene con ese resentimiento, sino la más joven, como el vicepresidente Elías Jaua o el ministro de Ciencia y Tecnología, Ricardo Menéndez...
-Ellos repiten el discurso porque es ideología pura. Lo que sorprende es que sean profesionales los que repiten esas ideas. Esa izquierda ha querido acuñar varios mitos; por ejemplo, que los indígenas son socialistas o que la primera revuelta contra el neoliberalismo en América Latina fue el Caracazo, como lo ha dicho Luis Britto García. Eso es embuste. La del país fue una de las últimas, lo que sí es que fue la más violenta del mundo. Están alterando los sentidos comunes de la sociedad.
 
 
Polarización cansada
-¿Estamos  más polarizados o menos polarizados que en 2002?
-Es muy difícil hablar en términos generales. Durante la campaña percibí que la gente entendía que este país no podía seguir en la polarización, porque puede desembocar en una violencia terrible para los venezolanos. Pero en las estrategias políticas, el Estado está polarizado. Tenemos que recobrar la idea de la convivencia y la diversidad, para juntar la capacidad creativa de todos los cuadros profesionales que están excluidos. Una sociedad no se hace con la mitad de la sociedad. Estamos quedando como uno de los países más rezagados de América Latina. En Brasil, por ejemplo, parte de la clase pobre ha ascendido a clase media. No es nuestro caso.
 
-Oscar Schemel, director de Hinterlaces, dice que el ascenso de Chávez al poder implicó que las demandas de movilidad social fueron postergadas ante el imperativo de que la mayoría excluida y pobre recuperara la dignidad. Pero a la vuelta de diez años la gente se queja de que no ha habido movilidad social...
-Es que tengo la sensación de que aquí no se quiere que haya clase media sino que todos seamos más o menos pobres con una burocracia que funcione. Eso es el Estado estalinista. Porque tenemos tendencias autoritarias del tipo leninista. Eso de crear el hombre nuevo, como quiere el Gobierno, es autoritarismo, porque se quiere conseguir con ideología y adoctrinamiento. Lo que pasa es que la sociedad se ha resistido. A diferencia de Cuba, hay una tradición de pluralismo, tolerancia y diversidad. No va a ser fácil.
 
-¿Cómo denomina usted esto: dictadura, Estado fallido o neoautoritarismo?
-Está emergiendo un Estado no liberal con tendencias totalitarias, pero sigue habiendo espacios importantes en la sociedad para resistir y abrir cauces a la democracia.
 
-Finalmente, ¿qué opinión tiene, como investigadora del Cendes, del cierre del Programa de Promoción al Investigador?
-Yo pensaba que eso era una cosa institucional, fruto de un consenso, de negociaciones y lucha con el Estado para que se tuviera un instrumento que sirviera de estímulo a la producción científica. Ahora el Gobierno dice que era un programa muy capitalista y decide que los profesores que tenemos 30 años o más investigando nos tenemos que registrar de nuevo. No me creo capaz de volver a recolectar todos esos recaudos. Nosotros, los científicos sociales, luchamos mucho para que se nos reconociera nuestra labor, porque el PPI, que era un modelo venido de México, estaba diseñado para investigadores de ciencias duras. Durante 15 años le hicimos cambios para que se ajustara a la idiosincrasia de Venezuela. Fue un aliciente que ahora tiran por la borda.

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